29/8/09

Lucainena de las Torres


Bueno... pues fue una delicia. A modo de presentación valga una foto reciente de una obra antigua.
Ingeniería de pico y pala.
Este túnel, junto a la Rambla Alías, a la altura de El Saltador, formaba parte del antiguo trazado del ferrocarril de vía estrecha. Aquí no trabajaron tuneladoras, ni las grandes máquinas que hoy horadan las rocas. Se excavó a fuerza de músculo -y supongo que algo de dinamita, claro- y por eso sus paredes son tan irregulares. Podeis imaginaros las cuadrillas picando la roca y, aunque como se puede observar su longitud no es mucha, debió sudarse lo suyo.

Lucainena de las Torres

En la vertiente norte de Sierra Alhamilla, entre Sorbas y Tabernas, y un poco por encima de los quinientos metros sobre el nivel del mar, se encuentra Lucainena de las (Siete) Torres. La antigüedad del asentamiento se remonta al neolítico, aunque no es hasta la época romana cuando adquiere cierto nombre entre los lugares de su entorno. Lucainena fue una alquería de cierta importancia, una villa romana dedicada como era habitual en la época y el lugar a la explotación agrícola. Cuentan los porahíses (ya sabes que la red es una gran fuente de información, pero también lo son los periódicos y las charletas, aunque a veces todos ellos sean inexactos o contengan errores) que perteneció a un tal Lucanius o Lucainus, un patricio de quien se deriva la primera parte del topónimo. Existen restos arqueológicos correspondientes a ese periodo, como pueden ser piezas de terra sigillata, las piezas de cerámica rojo brillante que aparecieron en la Hispania del s. I dC por influencia de las originales itálicas o galas.

La llegada de los árabes a la zona hizo de ella el vértice norte del triángulo que formaba la Tierra de Níjar (Cora de Bayyana), y la dotó de una muralla con siete torres, a cuyo recuerdo está sujeta la segunda parte del topónimo, y también una mezquita. Los musulmanes supieron aprovechar la riqueza de los acuíferos, convirtiendo Lucainena en un próspero enclave agrícola donde se cultivaban frutales como los almendros, olivos, granados o higueras, de los que todavía hoy quedan terrenos en la zona. Sin embargo, las cosas pronto iban a cambiar. Lucainena -los documentos la referencian por ese entonces con topónimos como Locayna, La Caynera o Alocainona- forma parte de las posesiones de Boabdil el Viejo, Abū `Abd Allāh Muhammad az-Zaghall, más conocido como El Zagal, el desgraciado tío y predecesor de Boabdil El Chico. En el entramado de negociaciones y permutas que tuvieron lugar en la época para consolidar alianzas de poder, Lucainena fue, como otras tierras, entregada a los Reyes Católicos. Corría el año de 1488 y la población tenía un censo de -aproximadamente- quinientas almas musulmanas. Cuando, en Nochebuena de 1489 y después de unas capitulaciones muy aceptables, los Reyes entraron en Almería, las tornas no tardaron en girarse.

Si algo tuvieron Sus Muy Católicas Majestades fue la pésima costumbre de no hacer honor a sus tratos ni respetar capitulaciones de clase alguna. Una vez con la sartén por el mango, hicieron siempre lo que les dió la realísima gana... y eso pasaba por aplastar a los infieles- Bueno, por aplastarlos, apartarlos y quedarse su patrimonio, claro, que aplastar por aplastar y sin provecho tampoco era la cuestión-. Por su parte, los "infieles", que veían traicionados los acuerdos, no estuvieron dispuestos en absoluto a permanecer de brazos cruzados. Ahí empezó la desolación.

En 1489 la villa se entrega a Don Enrique Enríquez, tío del rey por parte materna (la madre del rey, Juana Enríquez, era hija del primer matrimonio de Don Fadrique Enríquez, mientras que Don Enrique lo era del segundo), junto con otras tierras pertenecientes, no a la Sierra Alhamilla, sino a la de los Filabres. A este conjunto, que dejará la villa situada al sur de la circunscripción, se denominó el Estado de Tahal. Más tarde, por patrimonio (o sea, por matrimonio) pasaría al Marqués de Aguilafuente -supongo, y es pura deducción, que a D Pedro de Zúñiga, segundo Marqués de Aguilafuente, que casó allá por 1550 con Doña Ana Enríquez. Durante esos años, los musulmanes de la zona intentaron, mal que bien, adaptarse a los cambios. Pero se toparon con la cruzada religiosa fundamentalista y con los incumplimientos de las capitulaciones. Tal vez hubiesen podido bregar con una u otra circunstancia, pero la conjugación de ambas resultó fatal. Los moriscos, hartos de abusos, se levantaron en las sierras almerienses igual que en las granadinas. Los Filabres se convirtió en un campo de batalla y no hubo fuerza que consiguiera que los habitantes del lugar -todos ellos moriscos, en el caso de Lucainena- pudieran conservar sus posesiones o su forma de vida, que les fueron arrebatadas y entregadas a los señores cristianos como botín de guerra. De un censo de cuatrocientos treinta y seis habitantes, tras la revuelta, cautivos unos, vendidos como esclavos otros y expulsados los más, Lucainena perdió la totalidad de su población y, en 1570, el Libro de Apeo y Población se daba fe de un intento de repoblación con diecinueve colonos, de los cuales no aparece citada la procedencia. Desgraciadamente el asentamiento de los primeros colonos no llegó a cuajar debido a las frecuentes razzias de los piratas berberiscos, en una de las cuales son hechos prisioneros y, al igual que los moriscos que les precedieron, vendidos como esclavos, esta vez al otro lado del mar.

En el s. XVIII (1772), sobre la anterior ubicación de la Mezquita local, a costa del erario del señor Conde de Aguilar y siendo gobernador y administrador general D Adrián de Laborda, se levanta la Iglesia de Santa María, bajo el patronazgo de Nuestra Señora de Monte Sión. La localidad ha ido, recuperando, aunque lentamente y algo modificada, su antigua actividad agrícola y artesanal, y creciendo (el censo de Marqués de la Ensenada, en 1752, contabilizará una población de 429 habitantes) hasta englobar cortijadas todavía existentes como las de Polopos, El Saltador o Rambla Honda. Lucainena dormita amodorrada en una rutina lenta, sencilla y blanca, bajo el Cerro que la corona, en el oasis que todavía era la Sierra Alhamilla.

Y entonces llega el siglo.

El siglo XIX, quiero decir.

Y, con el siglo, surge un bostezo. Llega un nuevo orden de gobierno y arranca la era industrial, que exige materia prima: minerales para las fábricas e instalaciones para la extracción del mineral. Un alma espabilada da en descubrir que la dormida Lucainena reposa sobre un manto de cierta riqueza. Las entrañas de la roca guardan un tesoro que aflora desde las profundidades, en las aguas sulfurosas de la fuente del barranco Juagarí (o de “La Almazarilla”). Corren la segunda década de los milochocientos y, al parecer se trata –cosas de la vida- de un descubrimiento porcino. Un animal enfermo da en revolcarse en los lodos de la zona, y sana. Tres décadas más tarde, D Gaspar Molina y Capel, profesor de Medicina, redacta una memoria confirmando la calidad curativa de las aguas, hablando de sus efectos sobre el sistema nervioso, circulatorio, digestivo y respiratorio.


Sin embargo, solo se trata del principio. Los terrenos cercanos demuestran ser ricos en cobre, hierro y azufre. De modo que muy pronto son adquiridos para su explotación. Varias fueron las compañías mineras que pusieron sus ojos en los terrenos pero, finalmente, hacia 1893, el vizcaíno Ramón de la Sota y Llano y su primo Eduardo de Aznar y de la Sota (Compañía Sota y Aznar), se hacen con la explotación a través de la Compañía Minera de Sierra Alhamilla (CMSA) participada al principio con el alemán Otto Kreizner.

Para llevar adelante la explotación necesitan poder transportar el mineral, de manera que se proyecta y construye en la sierra todo un entramado de viales, planos inclinados y baterías de hornos de calcinación. En Lucainena se levantarán, una tras otra, las instalaciones necesarias para sostener la actividad minera; central eléctrica diesel, talleres, almacenes, oficinas, hospital, hornos de fundición y, lo más importante: un trazado ferroviario que unirá la población con la costera Aguamarga, bordeando la rambla de Alías hasta la Venta del Pobre, para luego enfilar los llanos de Níjar. La línea de ferrocarril, que unirá los 35 kilómetros que separan la sierra del mar, constará de varias estaciones intermedias (Peralejos, Camarillas y Palmerosa) y una de descarga, enormes tolvas de almacenamiento y un embarcadero. De estas tres estaciones solo de Camarillas se conserva algún resto de interés, casi enterrado por la construcción de una nave industrial, a espaldas de la Venta del Pobre, en la glorieta que parte desde el restaurante hacia Carboneras. Las obras se llevaron a cabo con grandes prisas y, en solo dos años ¡a pico y pala! (de 1894 a 1896) se terminó el ferrocarril de vía estrecha (0,75 m) y exclusivamente de carga. Las pequeñas –llegaron a ser nueve- locomotoras de vapor arrastraron vagón tras vagón, en convoyes de hasta 20, con cargas de unas siete toneladas, controlándose desde 1896 hasta 1931 casi 3.800.000. En ocasiones excepcionales se contaba con un par de coches de viajeros, destinados inicialmente al transporte de los directivos de la Compañía. El coste total de la construcción alcanzó los tres millones y medio de pesetas (de la época), a razón de unas cienmil pesetas por kilómetro, incluyendo dos puentes metálicos de gran envergadura (La Rafaela y El Molinillo). Pese a ello, de todos los trazados ferroviarios mineros de la provincia, el de Lucainena-Aguamarga fue el que mejor y por más tiempo cumplió su función.

En principio, el mineral bajaba por el plano del Burrucho hasta el principio de la línea. A medida que avanzó la explotación se fueron haciendo algunas modificaciones sobre el transporte. La mina era productiva y los dividendos para sus propietarios importantes. En aquel entonces, la población en Lucainena aumentó de forma muy considerable, alcanzando su pico máximo en 1900, con 2.455 habitantes censados, aunque algunas fuentes llegan a mencionar los 7.000 habitantes. Por aquel entonces la población pertenece al partido judicial de Sorbas, y contabiliza 240 casas, terrenos de buena calidad, fuentes y manantiales de agua potable y ferruginosa, su propio Registro de la Propiedad, una Administración Subalterna de Hacienda, abogados, procuradores, notarios, médicos, farmacéuticos, telares, molinos de aceite y harina, fábricas de jabón y aguardiente, alfarerías y comercios de distintas clases.

Sin embargo, mientras la pequeña localidad almeriense se dedicaba afanosamente a arrancar los huesos de su tierra –el grueso de cuyo beneficio iba a engordar directamente las cuentas bancarias de los socios de la Compañía, allá en el lejano norte- el mundo giraba, y giraba en una dirección que pronto enseñaría su cara más fea. En 1929 murió el patriarca de los Aznar –Luis María-, al tiempo que en la debacle posterior a la Primera Guerra Mundial, estallaba la crisis industrial de los años treinta. Se produjo un bajón en la explotación, que se recuperó ligeramente aunque continuó en una línea descendente hasta 1931, año en que se suspendió temporalmente la circulación del ferrocarril. Durante nuestra Guerra Civil quedó en manos de los obreros, pero una nueva circunstancia vendría a empeorar las cosas: Las diferencias ideológicas de las familias de ambos socios habían conducido a un desgarro en la empresa. Los Aznar, partidarios del bando nacional, lograron hacerse con el control de la flota naviera, que la familia Sota, republicana y afín al nacionalismo vasco, había puesto al servicio de la República. En 1936 muere Ramón de la Sota, y las autoridades franquistas incautan sus propiedades debido a su militancia nacionalista. Con todo, se realiza un notable desembolso a fin de reparar la línea férrea dañada, como tantas otras, durante el conflicto. Pero se comprueba que las vetas están agotadas y no son rentables y, en 1942, apenas medio siglo después de haber arrancado, cesa por completo la actividad minera.

De la riqueza efímera quedan las ruinas. Las ocho torres de los hornos de calcinación, capaces antaño de reducir hasta 50 toneladas de carbonato de hierro, se yerguen hoy sobre la ladera (son visitables y entre las escorias de mineral aún pueden encontrarse fácilmente curiosas piritas de hierro de rara cristalización) sustituyendo a aquellas antiguas torres de muralla desaparecidas, que dieran nombre a la localidad en tiempos musulmanes. El trazado derruido del ferrocarril parece que, por fin, va a ser recuperado por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, la Mancomunidad y el Consistorio, con la creación de una Vía Verde, similar a las que recorren otros puntos de nuestra Comunidad aprovechando viejos trazados ferroviarios. Se proyecta que la Vía siga el recorrido desde los hornos de Lucainena hasta el embarcadero de Aguamarga. Bajando los dos kilómetros que van desde las ruinas a las antiguas oficinas de las minas –hoy Colegio Diego Ropero- y saliendo del pueblo en dirección a Níjar, el camino, reconvertido de vía en pista asfaltada, es fácilmente practicable, aunque a poco se pierda en un camino de tierra que serpea en dirección a Polopos junto a la Rambla Alías, el Paraje El Saltador y los estribos de los grandes puentes metálicos desmantelados del Molinillo y la Rafaela, o los más chicos de Rambla Honda y Juaraquín. La ruta resulta muy apropiada para hacer cicloturismo o senderismo.

Existen otras rutas practicables, como son las de Lucainena-Turrillas, el ascenso al Peñón, o Lucainena-Sierra Cabrera atravesando la Cantona. Rutas por parajes naturales donde se puede disfrutar la fauna y flora propias de la zona, como el avistamiento de los buitres negros o las migraciones de los flamencos.

Muy cerquita (a unos diez kilómetros) está el Circuito de Velocidad de Almería, donde se celebran competiciones y aquellos que desean organizar sus propias carreras pueden, incluso, alquilar el circuito.

Lucainena vuelve hoy a ser una población eminentemente agrícola. Su población ronda los setecientos habitantes, aunque escasean los jóvenes. Sus calles empinadas de casas bajas y encaladas, están hermosamente cuidadas y decoradas con macetas de flores (lo que le ha valido un Premio de embellecimiento de los pueblos). En Junio celebra las fiestas de San Sebastián, y la tercera semana de septiembre las de su patrona, la Virgen de Monte-Sión. A la hora de comer, lo mejor es apuntar hacia los platos típicos, como el caldo colorao o los gurullos o el puchero de trigo.

La población hace ahora una apuesta por las energías renovables. Tras las cinco plantas fotovoltaicas que ya tiene operativas (unos 430 kilovatios entre todas), amplía ahora su capacidad con la instalación de otros tres, que con una capacidad de producción eléctrica de aproximadamente 21.000 kilovatios constituirán una de las plantas fotovoltaicas más grandes de Andalucía y suministrarán energía a unas diez mil viviendas.

El proyecto del AVE Almería-Murcia tiene actualmente tres tramos en estudio en la provincia, uno de los cuales es Lucainena de las Torres-Rambla de Retamar, veinticuatro kilómetros presupuestados a medio millón de euros (solo el estudio geológico y de trazado). El plazo para la ejecución de los trabajos de campo de los sesenta y cinco kilómetros de los tres tramos va entre siete y ocho meses (lo cual, tratándose de Almería, puede significar aproximadamente siete u ocho años). De hecho, los tramos de Lucainena-Retamar y Retamar-Almería son los más retrasados (el tercer tramo es Lorca-Pulpí), puesto que los ayuntamientos de Níjar y Almería, después de examinar el trazado y comprobar que limitaba el desarrollo municipal solicitaron del Ministerio de Fomento la modificación de los trazados previstos al principio. Y en esas seguimos...

Me da el pálpito, aunque desearía equivocarme, que la cosa se encallará en Pulpí al Este, y a la altura de Adra, al Oeste. Y si no, al tiempo.

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Estribos del antiguo puente de La Rafaela, desmantelado en la posguerra. Este puente era uno de los que salvaban las ramblas que cruzaba el ferrocarril minero que unía Lucainena de las Torres con Aguamarga.

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Restos de los ocho hornos de calcinación, en la ladera del Cerrón, junto a Lucainena.

Fotos antiguas de los hornos de calcinación y la estación de ferrocarril. La calidad es muy baja, en primer lugar porque los originales son de 1909, y es una copia escaneada a baja resolución y tamaño, pero para hacerse una idea pueden servir.

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Lucainena de las Torres (Hornos de calcinación, ca 1909) - Barcelona: A. Martin - Editor - Tamaño 13 x 18 - Portfolio de España 13 - R. 7643-A -- F803

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Lucainena de las Torres (Estación de Ferrocarril minero, ca 1909) - Barcelona: A. Martin - Editor - Tamaño 13 x 18 - Portfolio de España 13 - R. 7643-A -- F802

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El Cerrón guarda la villa, los campos y los restos de las minas.

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En la ladera reluce el pueblo, blanco de cal. En primer plano uno de sus viejos olivos.

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Un viejo trillo, apoyado sobre la pared de la Venta Museo, nos permite ver las pequeñas piedras aguzadas incrustadas en su base y las ranuras que antes alojaron otras parecidas. Arrastrados por una mula (generalmente) y conducidos por un chiquillo, los trillos se arrastraban sobre las mieses extendidas en la era y separaban el grano de la paja.

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Fachada de la Iglesia de Santa María, en lo alto de la cuestecilla. En el interior se halla la imagen de la patrona de la localidad, Nuestra Sra de Monte-Sión.

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Venta-Museo. Aquí se puede uno zampar una magnífica olla de trigo, o gurullos, o caldo colorao, o...
Amén de visitar el museo de útiles y aperos de labranza, claro.

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Calles del pueblo. Cal y flores.

En sus marcas...

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Aunque no creereis que las paredes se blanquean solas, claro... aquí no hay aprendiz de brujo que ponga a bailar los cepillos y los cubos:

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Mirador del Poyo de la Cruz, junto a la iglesia.

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Interior de la iglesia. Como era habitual en las zonas donde abundaban las razzias, es una construcción carente, casi por completo, de ventanas. Las pocas existentes son apenas claraboyas situadas en lo alto.

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Placa conmemorativa de la construcción de la iglesia.

Y, si de fieles tratamos, este tiene pinta de fiel y paciente, aunque no de feligrés.

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Torre del campanario.

Carretera y manta, de vuelta a casa...

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